TESTIMONIO DE ESPERANZA EN ESTOS MOMENTOS DE PANDEMIA
Por P. Rolando Torres
Párroco de la iglesia Saint Mary de Bridgeport
Hace exactamente 15 años atrás cuando todavía estaba en formación en St. John Fisher, acabando de integrarme a la familia de la Diócesis de Bridgeport, tuve una experiencia intima en el silencio de la noche con Jesucristo Sacramentado.
Recuerdo, como si fuera hoy que había sido una semana muy fuerte para mí. Con 25 años tenía que renunciar a mi trabajo, comenzar de nuevo un camino de formación ya que había estudiado por nueve años en algunos seminarios en Puerto Rico y sabía que que iba a comenzar de nuevo mi lucha.
Uno de mis miedos más grandes era la barrera del idioma ya que desde pequeño siempre le tuve miedo al inglés y realmente no sabía cómo iba a poder lograr pasar todas las materias de estudio sin dominar este idioma.
Una noche, eran como la 1 o 2 de la mañana, luego de haber pasado el día entre pláticas y encuentros con los demás seminaristas, aunque sabía que al otro día me tocaba levantarme temprano, tenia una inquietud intensa en mi alma. Estaba desolado y tenía miedo, no sabia que hacer y decidí entonces a esa hora, silenciosamente, ir al Santísimo que se encontraba en la capilla de St. John Fisher.
Estaba completamente solito con el Señor. Todo estaba alumbrado por la luz de la luna y por la lucecita de al lado del Sagrario. Me puse de rodillas y oré con todo mi corazón, con todas las fuerzas de mi alma.
Recuerdo, que el tiempo pasó sin darme cuenta. Fue un momento muy profundo, muy intenso, muy fuerte para mí. Le hablaba a Jesús con toda sinceridad y le decía que no iba a poder, que yo no iba a dar el nivel académico, sobre todo por el inglés. Le dije que el inglés se me iba a hacer imposible.
Ya pasado un tiempo y dispuesto a finalizar mi plática con Jesús Sacramentado comencé a ver que la capilla se oscureció totalmente. ¿Pero de pronto?, la luz del Sagrario estaba más brillante que nunca y todo se alumbró en el Altar con esa luz, ¡y entonces!, sentí una voz hermosa, suave, tierna. Una voz que le hablaba a mi corazón. Una alocución que le dijo a mi alma unas palabras que nunca jamás olvidaré: “Rolando?, ¡no tengas miedo!, yo estoy contigo y te ayudaré. ¿ tranquilo?., escuché tus ruegos y todo va a estar bien”.
Recuerdo, en mi ignorancia que dije: “¿Pero y el inglés?”; en ese momento sentí una sonrisa ¡tan hermosa!, ¡tan sublime!, ¡tan suave! y luego escuché que me dijo: “¡no dudes! y ten fe, ¡yo te ayudaré!”. En ese momento todo se aclaró y volvió la normalidad la capilla.
Luego de haber estado un buen rato llorando de la emoción y de haberme quedado allí con Jesús acompañándole; decidí ir a descansar el poco tiempo que me quedaba. Cuando miré el reloj eran las 4 de la mañana. Sentí una emoción tan grande que no pude dormir y al otro día quería contar a todos lo que había pasado; pero lo guardé en mi corazón y confié en él (Dios) totalmente, dejando todo en sus manos.
Hoy comparto con ustedes esta experiencia porque hoy más que nunca estamos sintiendo esta desolación del alma. Esta noche está tan obscura a causa del Corona virus.
Muchos de nuestros feligreses están viviendo un desierto espiritual y probablemente se preguntan lo mismo que yo me preguntaba aquella noche: “¿Señor qué va a ser de nosotros?”
Estamos viviendo tiempos difíciles de prueba y desconsuelo, estamos tristes por la falta de encontrarnos y recibirle a Él. Estamos clamando que todo esto pase, ¿pero?, como en aquella noche, Cristo nos escucha, está atento. Él nos reconstruye.
Si de algo estoy seguro es que luego que salí de la capilla aquella noche, Dios reconstruyó mi camino y puso en mi corazón esperanza, fe, fortaleza y amor. Todo después de ese encuentro con Cristo Sacramentado fue su voluntad. Pude terminar mis estudios y en dos años fui ordenado diácono y luego sacerdote el 19 de mayo del 2007. Fue simplemente así cómo Cristo me dijo que no tuviera miedo y que me ayudaría.
Esta Pascua de Resurrección tiene que ser diferente. ¡Definitivamente!, tenemos que ser conscientes de que por más que la tormenta azote la barca de Pedro, la barca se sostiene por la fe y que luego viene la calma. La Iglesia permanece porque todos somos ella.
Aprovechemos este momento para acercarnos más, para confiar más, para ser más humanos y caritativos. Tengamos la capacidad de ver más allá del problema y no causar pánico, sino paz y consuelo. Si confiamos en Cristo, él nos dice: “no tengan miedo yo estoy con ustedes siempre, solo confíen en mí y todo pasara rápido”.
Visitemos el Santísimo y digamos al Señor: ¡Aquí estoy para hacer tu voluntad!