Por Lucy Gellman
Texto y Fotos
NEW HAVEN.- Una mujer yace sobre el piso de su casa, duerme apoyada en sus brazos con una sábana doblada debajo de sus rodillas. Otra mujer levanta una concha sobre sus labios, sus senos pesados y llenos. Con sus brazos doblados; un chal cae sobre ellos. Cerca, se reúne sobre la hierba una familia de esqueletos, con purpureas montañas en el fondo. Mientras uno toca su guitarra, la música casi se escucha desde el cuadro.
Estos son apenas algunos de los personajes de Raíces sin Fronteras, una nueva exposición de Miguel Ángel Mendoza en la Biblioteca Pública Gratuita de New Haven. Una amplia y emotiva colección del trabajo multimedia del artista. La muestra estará en exhibición hasta el 20 de marzo.
Mendoza dijo en la apertura de la exhibición el miércoles por la noche; “ aquí se ven diferentes estilos. Ahí está mi familia. Mi país, la forma en que mi gente vive en las montañas. Lo demás sale de mi alma.
Desde el principio, la exposición es un profundo tesoro en el que cada pieza cuenta una historia diferente. En una pared, varios grabados en madera en blanco y negro, saltando desde la adoración de los antepasados a la reverencia por el mundo natural, atraen el interés de quienes la disfrutan.
Cada pieza es completamente autosuficiente: un cuervo enorme cava sus garras en el suelo, con las alas rizadas y detalladas mientras gira la cabeza. Una cigüeña extiende sus alas y se inclina hacia el agua, realizando un ballet mientras busca comida. Un pájaro se posa en una rama, con las hojas extendidas como si fueran dedos por debajo. Muy cerca, los esqueletos levantan sus voces hacia el cielo, con las bocas abiertas en una canción.
Cuanto más se mira, más se hablan las obras entre sí. En uno de los cuadros, un esqueleto inclina la cabeza hacia atrás, cantando directamente a un trozo de luna que cuelga en la esquina superior derecha. Notas musicales bailan alrededor de su cráneo; una gruesa trenza negra le roza la falda.
Más allá, a la distancia de una imagen, un acompañante esqueleto, cubierto con un sombrero de ala ancha, canta bajo un sol abrasador. De pronto, se sienten, instantáneamente, como dos piezas de un mismo todo.
Los grabados en madera son apenas un punto de partida. A lo largo de la exposición, el artista ha instalado vibrantes y cacofónicas composiciones que representan su pueblo en Oaxaca.
Esos grabados transportan al espectador que está dispuesto, a un México que late con vida y corazón, charla y música. En varias de las imágenes, es difícil no bailar y cantar cuando una banda comienza a tocar y las bailarinas levantan sus faldas, listas para moverse.
En otros grabados, cualquier espectador se detiene para estudiar esqueletos en movimiento, y es golpeado por la agridulce sensación de seguir amando a alguien después de haberse alejado de su cuerpo físico. Por Andando El Camino, uno se encuentra con ganas de unirse a dos músicos en su caminata, montañas azules que se elevan contra un cielo anaranjado mientras los dos músicos caminan al tiempo que cantan.
En un céntrico espacio que es como el santuario interior del espectáculo, Mendoza también ha rendido homenaje a la forma femenina, con suaves aceites de color gris azulado y acuarelas en blanco y negro como la tinta. Son expresiones más beatíficas y meditativas que sexuales: el artista ha prestado senos llenos y pesados, pero también cuerpos suaves y envejecidos, algunos inclinados en oración y meditación.
En Deseos, parece que ha ido más allá de sí mismo, con una composición que parece inspirada por Francisco Goya. El conjunto equivale a un tipo de narración, maravilloso y caleidoscópico.
Nacido en Villa de Zaachila, Oaxaca, en 1967, Mendoza comenzó a pintar cuando tenía solo siete años. Cuando era niño y luego adulto joven, estudió múltiples formas de arte, aferrándose a un realismo mágico que todavía fluye a través de su trabajo.
En Oaxaca, Mendoza trabajó como maestro, transmitiendo la técnica a sus alumnos, mientras él mismo la perfeccionaba. Pero cuando llegó a Connecticut hace 20 años, no tenía tanto tiempo para pintar. Todavía no dispone de suficiente tiempo para hacerlo. “Tengo que seguir trabajando y trabajando”, dijo. “Me toma toda una eternidad hacer una sola pieza”.
De esta manera, él y la biblioteca han prestado un gran servicio a New Haven, al poner su obra artística para disfrute del público. Además de a sus antepasados, con su trabajo, el artista ha rendido homenaje a los 43 estudiantes que desaparecieron en Ayotzinapa, a la belleza y la magia de un paisaje que él conoce bien.
La exhibición satisface, pero también es un llamado para romper las fronteras que han hecho del país de Mendoza una mala palabra en la imaginación popular estadounidense. Para compensar adecuadamente a los artistas que llaman hogar a la ciudad y comprender sus mundos como parte del nuestro.