Con la amenaza de contagio por el Corona-Virus todos nuestros planes, rutinas y actividades han sufrido un revés. Por necesidad hemos tenido que redefinir nuestras prioridades. La pregunta que muchos se hacen es: ¿Estamos preparados para afrontar semejante crisis? Qué tal si yo te dijera que sufrimos como pueblo una mayor y peor enfermedad que el Corona-Virus. ¿Pero; de qué estamos enfermos? Sufrimos de una terrible enfermedad moral, emocional y espiritual. Sufrimos una crisis existencial, una devaluación de nuestro principios y valores. Pero no soy el primero en denunciar que nuestra sociedad está enferma.
El uso de “sociedad enferma” fue propuesto y utilizado por el sicólogo sicoanalista de origen alemán Erick Fromm, quien empleo el término en su libro The Sane Society (titulado en español Sicoanálisis de la sociedad contemporánea), publicado en el año 1955 y habiendo transcurrido más de cincuenta años de su propuesta, este sigue vigente.
Quizás existen dudas en que grado de enfermedad pueda padecer una sociedad, pero no existe duda de la existencia de sociedades enfermas. Si hacemos un análisis de síntomas y signos llegaremos al diagnóstico de una enfermedad que está presente en nuestra sociedad.
Una sociedad dada donde lo material se convierte en una obsesión desmedida, donde el tener se convierte en un pensamiento alienante, donde el tener vale más que el ser, pensar que tanto tienes, tanto vales, donde el egoísmo, la envidia, la discriminación y la competencia hacia otros destruyen los sentimientos de solidaridad humana, una sociedad donde se rinde culto a la belleza física, utilizando el alcohol y las drogas en forma excesiva para manejar la ansiedad existencial creada por las demandas de competencia y de consumo, en que la violencia, la delincuencia, las drogas, el sicariato, el irrespeto y el desorden institucional abarcan todos los renglones del estado, una sociedad donde se violan las leyes, donde el dinero y la corrupción se vuelven pasión universal, abandonando los buenos modales, el cultivo de la intelectualidad y el crecimiento espiritual.
Nuestra sociedad sin duda está incluida dentro del diagnóstico de enfermedad y cuando observamos la descomposición social que nos embarga, donde los principios de adhesión humana se han perdido, se han extraviado los valores morales como la honestidad, la vergüenza, la decencia y la lealtad, se ignoran los principios familiares, se confunden los valores patrios y frente a esta crisis y decadencia moral, nos hemos convertido en espectadores indiferentes que han perdido la capacidad de asombro como una expresión más del malestar que nos agobia.
Vivimos en la civilización del entretenimiento, el ocio se ha convertido en la actividad número uno, acompañado de la farándula y el espectáculo, se ha olvidado cultivar las buenas formas, se ha perdido el incentivo cultural de las letras y las bellas artes clásicas, se han desechado los buenos modales para sustituirlos por lo vulgar, soez, y lo irrespetuoso.
Se ha sustituido el ser por el tener, se ha perdido el sentido propio de quien soy por el que soy; soy el vehículo que conduzco, soy el yate y la villa que poseo, soy la marca de ropa que llevo, y por lo que tengo seré valorado o seré despreciado.
Vivimos en un mundo regido por un hábito de consumo que se ha adueñado de todos, hemos perdido nuestra identidad, somos prisioneros del consumo, pertenecemos a una sociedad que crea una falsa percepción de que es más feliz el que más consume, el que trabaja produce más y gasta más al consumir bienes no necesarios, más bien deseos ostentosos, superfluos.
A medida que consumimos nos endeudamos, ya que el hábito de ahorro, del hombre de la sociedad del siglo pasado ha sido sustituido por el consumo, originando un aumento del gasto a medida que adquirimos nuevos vehículos, vacaciones costosas, residencias fabulosas, joyas y prendas valiosas, un ciclo vicioso que parece no tener fin.
Vivimos en una sociedad que se encuentra dentro de la estructura socio-política y económica del capitalismo neoliberal, sistema importado de países ricos y pobremente adaptado a nuestra realidad social, acompañado por un gobierno enfermo de corrupción administrativa, adicto a la impunidad, y por una justicia enfermiza, decadente, carente de un sistema de consecuencias, causante de los malestares mencionados, que sitúan nuestra sociedad bajo el calificativo de sociedad enferma.
Si estas cosas nos definen como sociedad enferma; ¿cuál es la cura? En nuestro próximo artículo trataremos de dar una respuesta y ofrecer algunas recomendaciones.
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Las opiniones vertidas por Waldemar Gracia no reflejan la posición de la Voz Hispana. Nombres, lugares y circunstancias han sido alterados para proteger la identidad de los personajes citados en la historia.
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