“Lo que la humildad no puede exigir de mi es mi sumisión a la arrogancia y a la rudeza de quien me falta el respeto.”
Paulo Freire
La violencia, el estrés y los encapuchados no son modalidades recientes en la historia de la humanidad. Por desgracia el desarrollo emocional y social de la humanidad no ha ido a la par con otros avances alcanzados. La violencia tiene varias acepciones siendo definida como una acción contra una persona o grupo en forma injusta y ofensiva donde se hace uso excesivo de la fuerza física, moral o emocional para hacer algo en contra de su voluntad.
El estrés es un sentimiento de tensión física o emocional provocada por situaciones agobiantes que pueden originar reacciones o trastornos psicológicos a veces graves.
Los “encapuchados”, a diferencia de las definiciones anteriores no son emociones o acciones. Son personas que las definen como encubiertos, ocultos o disfrazados. En la historia del hombre estos encubiertos han representado diferentes tendencias. Un repaso a mi memoria pienso en órdenes religiosas encapuchadas, torturadores chilenos que secuestraban a disidentes, verdugos en guillotinas, los he visto en procesiones religiosas, he visto miembros del KKK, sicarios, súper héroes y policías cubiertos con máscaras. Toda una gran variedad para escoger.
Pero esta semana pasada los medios noticiosos en Puerto Rico se hicieron eco de algunos líderes políticos y cívicos que se escandalizaron por los actos de “violencia” de un grupo de encapuchados en la calle “Resistencia” (antiguamente conocida como Fortaleza), en una demostración en contra del gobierno en las cercanías de la residencia oficial de la gobernadora de Puerto Rico.
Naturalmente, surgen estos “prístinos defensores” de la ley y el orden acusando a “esos grupos de encapuchados” de crear desasosiego y violentar la “sagrada democracia” de los sensibles quejosos.
Lo intolerable es la hipocresía de políticos, de los medios noticiosos y analistas que, con una desfachatez y frialdad increíble, hablan de la violencia de los otros sin preguntarse el por qué ese pueblo, cansado y harto de los abusos y la incompetencia rompen con el protocolo de los aristócratas del patio.
Esos privilegiados repudian las invasiones, las dictaduras, los actos terroristas, la intolerancia religiosa, las violaciones a los derechos civiles, la discriminación y miles de otras barbaridades que cometen los otros del mundo. Todo lo anterior es abominable. Pero esos mismos no montan espectáculos mediáticos cuando ellos lo hacen peor en su propio hogar. Como si ellos tuvieran la autorización del dios de cualquier deidad superior.
Hay que señalar que nada ocurre sin que tenga un pasado o como dijera el intelectual Baruch Spinoza “no basta llorar, hay que comprender”. Hay que ir a la raíz del asunto. Hay que entender. Condenar a otros es la salida de los incompetentes.
Ya poco importa el guardar imágenes. De eso se encargan los medios noticiosos, que en contubernio con los envalentonados depredadores oficiales le endilgan medias verdades y mentiras completas a un pueblo que se preocupa más por el último capítulo de la telenovela que por el sufrimiento del prójimo. Esos que observan alejados estos desmanes siguen entumecidos y silenciosos, hasta el día que les toque el dolor la puerta de su hogar.
La violencia física, la doméstica, la política, la cotidiana, la económica, la social, la cultural son a grandes rasgos manifestaciones de los diferentes tipos de violencia en la cual vivimos. Las causas son múltiples y se necesitarían varios libros para explicarlas en detalle.
La violencia y el estrés están presentes en nuestro diario vivir de una forma u otra.
El aumento en suicidios, violencia de género, abuso de niños, mujeres y ancianos, alcoholismo, uso de drogas (ilegales y legales), la violencia escolar y la erosión de valores son algunos síntomas graves de una nación en descomposición social.
La posibilidad de vivir en continua tensión es altísima, considerando a lo que estamos expuestos. No hay que tener altos grados de escolaridad para pensar que la mayoría de las personas de este mundo resuelven el estrés divorciándose de su realidad, diluyendo sus inquietudes en cualquier actividad enajenante. Hay otros que no han desarrollado los instrumentos para poder bregar con la violencia que los rodea o con el estrés que los agobia. Son una olla hirviendo que la tapa está a punto de explotar si no encuentra escape.
El detalle de esto es que mientras no afecte a los otros grupos en el estrato social, nada se hace, pero cuando esos límites se desbordan afectándolos entonces se convierte en un problema para todos.
En Puerto Rico hemos sido expuestos a cientos de actos de violencia causando el subsiguiente estrés. El desempleo, los altos costos de vida, un sistema de salud deplorable, un sistema educativo en ruinas, la corrupción rampante, un sistema de justicia sin credibilidad, unos políticos que no gozan de la confianza de su pueblo, una emigración forzada, asaltos continuos al medio ambiente. En fin, que la impresión que da el país es uno de desolación y de poca esperanza. Todo lo anterior es inaceptable.
Un acto de violencia imperdonable es cuando se roban los fondos para un programa de salud poniendo en peligro la vida de miles. Los que les roban a los niños de una educación adecuada, violentan la vida de los puertorriqueños.
Nos hemos deshumanizado, acobardados por un materialismo que nos arropa. Estamos hartos de las charlatanerías, de la retórica inservible pero no hacemos nada.
Es hora de que le quitemos las máscaras a los verdaderos encapuchados, a los cobardes que atacan nuestras esperanzas con descarada hipocresía, escondidos detrás de butacas de poder.
Es la hora de la verdad.