Por Carlos Riquelme Ruiz
Especial para la Voz Hispana de Connecticut
La humanidad por lo que se conoce hasta ahora y los hallazgos arqueológicos ha sido siempre vulnerable a lo que se denominaba en los tiempos medievales como plagas o pestilencias cuya terrible aparición coincidía con las guerras y conflictos bélicos característicos de la así llamada civilización.
Sin ir más lejos en 1918 la mal denominada “Influenza Española” que de hecho se origina en los Estados Unidos provocando millones de muertos en su primera y segunda ola de infección, fue transportada a Europa por las tropas de soldados estadounidenses que se sumaban a la catastrófica Primera Guerra Mundial que se extendió entre 1914 y 1918 involucrando a monarquías absolutistas en pugna por territorios.
Paradójicamente fue esta plaga denominada también como “la fiebre de las trincheras” la que obliga al kayser alemán a rendirse por la muerte de millones de una generación de jóvenes soldados.
Otra plaga proveniente del Este de Europa variante de la peste bubónica cuya variante fue conocida como la Muerte Negra, había diezmado a los mongoles alrededor del 1346 y provenía de Kipchack Khanate, un puerto de intercambio comercial en Crimea y desde allí toma contacto con los europeos que la transportaron a Europa comenzando su recorrido hacia el Mediterráneo desde Constantinopla y desde el sur del continente hasta Oslo.
Entre 1348 y 1353 la “muerte negra” cuyo nombre alude al color que adquirían las víctimas infectadas, produjo una devastación que los autores describen tan letal como las víctimas de la primera guerra mundial y en la cual una de cada tres personas falleció.
Desconociendo los orígenes invisibles de estos apocalípticos desastres que paralizaron las tareas de labranza, comercio, pesca y producción de comestibles, en Oslo un grupo de creyentes levantaron un altar dedicado a San Sebastián como una forma de librar a la ciudad de la plaga que atacaba principalmente a la población de personas entre los 26 y 45 años, pleno periodo productivo del ser humano. Este esfuerzo espiritual que lamentablemente no fructifica fue una de las formas en que se intentaba aminorar los funestos efectos de la plaga. Pero no fueron las únicas respuestas a la crisis.
Temerosos de que las plagas fueran un castigo de Dios en contra de la naturaleza pecadora del hombre, antes de la peste negra hubo otras plagas que de acuerdo a crónicas movieron a miles de desesperados que formaban fatídicas procesiones en la que individuos casi desnudos se azotaban. Se denominaron los flagelantes. En el caso de estas sectas que buscaban expiar sus pecados, pasaron posteriormente a culpar a otros grupos étnicos por el desastre y debido a las interpretaciones bíblicas que culpaban a los judíos de la muerte y crucifixión de Jesús; hordas de fanáticos iniciaron masivos ataques e injustos asesinatos en contra de las comunidades judías.
Estamos casi ingresando a la tercera década del siglo XXI y pruebas empíricas, el desarrollo de las ciencias, el uso del microscopio y las constantes investigaciones y análisis de infecciones tales como la viruela, el sarampión, la poliomielitis y las tradicionales influenzas, han permitido la creación de vacunas que hasta ahora han frenado significativamente el alcance letal de las pandemias.
En una nueva civilización crecientemente secular y alejada de la participación religiosa, las soluciones milagrosas, las promesas a Dios y la virgen, las novenas, rosarios y asistencia a cultos y rituales de religiones institucionalizadas, la participación en ritos religiosos ha decaído.El consumo de bienes desenfrenado, una actitud más centrada en necesidades eminentemente individuales donde las redes sociales transmiten todo tipo de ideologías y excesos, reemplazan a la antigua tendencia a rogar a Dios o Jesús en situaciones de emergencia o enfermedades desconocidas.
Es también cierto que para el periodo posterior el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York, la venta de Biblias había aumentado considerablemente y las religiones institucionalizadas recibieron a una mayor cantidad de feligreses. Estados Unidos enfrentaba un peligro ajeno al continente, aunque miles de jóvenes hubieran muertos morían en campos de batalla extranjeros como Vietnam, y ahora Siria, Afganistán e Irak.
Pero esta actitud que buscaba en la espiritualidad y antiguas tradiciones una respuesta a lo todavía inexplicable para el ciudadano común cuyo conocimiento de la violencia era y es fundamentalmente actos de violencia y crímenes locales amplificados por la posesión de armas de fuego; lo del once de septiembre del 2001 fue un periodo breve de reflexión.
La actual pandemia coronavirus-19 encuentra a una sociedad que se ha ido apartando de las prácticas religiosas por razones que ya todos conocen. Ha sido notorio el cierre de templos católicos por el proceso de consolidaciones provocado por una disminución de las vocaciones de sacerdotes y religiosas que deben continuar invariablemente con los votos de celibato, castidad y obediencia; los vergonzosos escándalos de abuso de niños y niñas por parte no solamente de sacerdotes, sino que de pastores e incluso rabinos judíos, y el reemplazo de valores más espirituales por los netamente individualistas y materialistas.
Ahora son millones quienes se denominan cuando se les pregunta su creencia religiosa como “no afiliados” y los matrimonios llevados a cabos en templos o iglesias ha disminuido a un 22% comparado con los que se realizaban en recintos religiosos y que en el 2009 llegaban a un 41%.
La asistencia a servicios religiosos católicos ha disminuido en un 40% y desciende en un tercio el número de personas que asisten a cultos protestantes.
Enfrentados nuevamente a una pandemia que impide más aun la asistencia de feligreses a templos, cultos o iglesias; continúan sin embargo los esfuerzos de líderes para continuar el estudio de la Biblia y la participación de su membresía en rituales religiosos.
Aunque limitados por el hecho de que no en todos los hogares hay computadores, de acuerdo a Rosalía, el pastor de su iglesia cristiana se comunica semanalmente con ella y cuentan con programas radiales y en el sistema Facebook para transmitir las predicas y rituales.En otros casos se ha popularizado el uso del sistema Zoom en el cual un grupo de personas se comunican para escuchar al pastor que les asigna semanalmente lecturas de la Biblia que posteriormente discuten en las sesiones virtuales.
“Este es un desafío porque no sabemos cuándo podremos regresar al tipo de asambleas que llevábamos a cabo de adoración previas a esta pandemia.Por ahora mi esposa y yo mantenemos contacto telefónico con nuestra membresía para dar aliento a los que se desaniman en las actuales circunstancias,” nos informa un pastor de New Britain que también mantiene este tipo de comunicación con su asamblea.
Respondiendo a la pregunta de si han notado un aumento de personas que buscan alivio espiritual y consuelo en las actuales circunstancias, nos dice que la tendencia es que aquellos o aquellas que se habían alejado de la palabra de Dios están regresando, aunque hay otras personas que buscan apoyo espiritual.
Algunas congregaciones católicas, episcopales y luteranas se han concentrado en ayudar a la entrega de alimentos para familias que lo necesiten y poner afiches de esperanza y adornos en las afueras de los templos sumándose a la exhibición de corazones con la palabra “gracias” dirigidas a aquellos que trabajan en hospitales, transporte de mercaderías, servicios de emergencia y miles de otras heroínas y héroes que mantienen funcionando a la comunidad.
Según describe Tara Isabela Burton de Nueva York en un artículo aparecido en el New York Times titulado “El Futuro del Cristianismo es Punk,” hay una tendencia a que algunas iglesias católicas estén regresando a las misas e himnos en latín con cantos gregorianos y que los sacerdotes sugieran a sus feligreses a través del sistema virtual zoom utilizar el libro de cantos Liber Usualis con himnos utilizados en el siglo XI.Se ha regresado en estas iglesias al uso de incienso y a los cánones previos al Concilio Vaticano II.
“Es curioso que, en el siglo XXI, se estén utilizando expresiones de fe semejantes a las utilizadas en el periodo medieval con un lenguaje anacrónico. Muchos creyentes de este siglo están encontrando solaz y confort espiritual en momentos de crisis en rituales de una época premoderna,” dice Burton.
La pandemia es sin lugar a dudas un desafío para la sociedad civil, la fe religiosa, los rituales para exorcizar lo desconocido, mantener la fe, y enfrentar a los invisibles enemigos que han atacado, atacan y seguirán infringiendo golpes severos a la civilización.
¿Se retornará a lo poco que quedaba de espiritualidad religiosa en una sociedad crecientemente secular?
Esta es una pregunta muy válida ante los nuevos desafíos precipitados por la pandemia coronavirus-19 y la posibilidad de que enfrentemos a la muerte.