Todos hemos orado por algo que no se dio. Clamamos por la sanidad de familiares que fallecieron. Oramos por la restauración de matrimonios que acabaron en divorcios. Suplicamos fertilidad y los úteros no dieron frutos. Si la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta, ¿por qué ocurren estas cosas?
Los pensamientos de Dios no son los nuestros, su conocimiento y sabiduría nos superan. Dios es el Padre de las luces, el creador del universo, el omnipotente, el soberano, el único y sabio. Él obra con amor, bondad y perfección, aunque no lo podamos comprender.
Santiago, el hermano de Jesús, afirma que pedimos y no recibimos porque no pedimos de acuerdo con la voluntad de Dios (Stg. 4:3). La mayoría de las veces confundimos los anhelos de nuestro caprichoso corazón con la fe y cuando no se da lo que queremos responsabilizamos a Dios por algo que había sido un deseo nuestro, pero no su voluntad.
Los sucesos que nos parecen terribles y que desearíamos no haber vivido son los que nos acercan a la cruz, a la muerte, y a la resurrección de nuestro Salvador. Si Cristo no hubiera sufrido el calvario de la cruz nosotros estaríamos destinados a la pena de muerte. No habría esperanzas de resurrección ni vida eterna. Esta es la prueba de su ilimitado amor por nosotros. Nunca pongas en duda el amor de Jesús, ni siquiera en las situaciones más dolorosas donde clamas sin cesar y recibes un no como respuesta.
Durante muchos años yo oré intensamente para concebir otro hijo. Clamé con fervor por el milagro de la vida y la respuesta del Señor fue un rotundo “no”. En nuestra congregación hemos orado e intercedido por la sanidad de algunos enfermos que más tarde sepultamos. La Biblia dice que hay un tiempo para morir y la última palabra sobre la hora de la muerte la tiene el Señor (Ecl. 3:2). Esa es la razón por la que debemos orar de acuerdo con su voluntad.
El apóstol Juan después de caminar tres años con Jesús y escucharlo decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9), elaboró la más exacta definición de Dios: “Dios es amor” (1 Jn. 4:8). No es que Dios tiene amor, sino que Dios es amor. Cuando le pedimos algo y nos dice “no”, lo hace por amor; cuando nos dice “sí”, lo hace por amor; y cuando nos dice “espera, aún no es tiempo”, lo hace por amor. Él es el Alfa y la Omega, el principio y fin (Ap, 1:8). Dios conoce el antes y el después de todas las cosas, Él sabe lo que habrá de acontecer y lo que es mejor para nosotros. Cuando se niega a cumplirnos algo es porque no está de acuerdo con sus propósitos, sin embargo, tenemos la promesa de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).
ORA LA PALABRA
“Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mr. 14:36 NVI).
Papito querido, a pesar de que no entiendo tus designios y me duelen profundamente mis pérdidas, yo confío en ti. Mi alma te alaba y te glorifica en medio de la prueba y el sufrimiento. Precioso Espíritu Santo intercede por mí ante Dios Padre y enséñame a no buscar mi voluntad sino la tuya. Dame consuelo en el dolor, fortaléceme en las pruebas y muéstrame la esperanza de tu salvación.
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