No mucho ha cambiado en la larga historia de la humanidad.
El pasado no ha sido necesariamente mejor que el presente, pero hoy, nuevamente vivimos en tiempos de incertidumbre, de sufrimiento y también de esperanza.
Víctor Hugo considerado uno de los escritores franceses más prominentes de su tiempo hace una crítica en su novela Los Miserables (1862) de un mundo donde la injusticia social, la pobreza y el sufrimiento humano son parte del tema central y donde Jan Valjean un exconvicto, el personaje principal, se redime demostrando su dignidad y fibra moral. Desgraciadamente también está el inspector Javert, que lo acosa incesantemente, en un acto de venganza inhumana.
Jean Valjean era una persona pobre, mísera, que vive en condiciones infrahumanas. Por el otro lado, Javert el canalla, malvado, infame, capaz de cometer acciones viles. Dos personajes de esta novela que se podrían definir como miserables; el primero por su pobreza y el segundo por su vileza. Todavía seguimos enfrentándonos con los miserables como Javert y entendiendo la necesidad de hacerle justicia a los seres humanos como Jean Valjean.
Hoy vivimos la triste realidad de una pandemia que nos debe a poner a pensar con más detenimiento en las realidades que nos rodean.
El mundo cuya población sigue creciendo vertiginosamente se calcula que ya excede los siete mil ochocientos millones (7, 800, 000,000) de habitantes y que el 80% de estos provienen de países subdesarrollados. Sabemos que más del 20 % de la población mundial vive bajo niveles de pobreza. Estadísticas mundiales nos indican que una de cada cuatro personas gana menos de $3 dólares diarios y que más de 9, 589 niños mueren diariamente de hambre. Hay 2,000 mil millones de seres humanos que padecen de inseguridad alimentaria y que dos de cada cinco carecen de protección social.
El informe de Desigualdad Global (2018) nos indica que el 1% de la población mundial de mayores ingresos recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre. Sabemos que 290,000 mujeres en el 2018 murieron en el parto y que hay más de un billón de personas que no tienen una vivienda digna. Que hay 115 millones de niños sin escolarizar y 900 millones de adultos que no leen ni escriben. Sabemos que uno de cada tres personas en el mundo vive sin electricidad.
Pero como nota interesante también sabemos del contraste entre los sistemas de salud de diferentes naciones como en Cuba que hay una proporción de 6 muertos por la pandemia del Covid- 19 por cada millón de habitantes y en los EE. UU promedian 205 y en España llegan a 540 por cada millón. Es interesante que Cuba tiene 28,000 médicos en misiones internacionales. También es interesante señalar que, en Cuba, aunque este dato no se relaciona directamente con la pandemia, la mortalidad infantil (2018) en la nación cubana promedio 3.7 muertes de infantes por cada 1000, comparado con los EE. UU. que fue de 6.9, una estadística que explica elocuentemente la visión salubrista (humanista) de una pequeña nación caribeña en contraste con la visión miserable del vecino norteño.
Debería ser chocante que las tres familias más ricas del mundo tienen una fortuna mayor que el producto interior bruto de las 48 naciones más pobres y que el 4% de la fortuna de las 225 familias más ricas del mundo podrían proveer de las necesidades básicas y cuido fundamental en el campo de la salud, educación y nutrición global.
Recientemente se informó que el gasto armamentista mundial en el 2019 ascendió a 1,917 billones de dólares. No nos debe extrañar que el costo de un nuevo submarino nuclear en los Estados Unidos equivalga al presupuesto de 23 naciones de países en desarrollo. Tampoco nos debe sorprender el hecho de que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas son los que producen el 81% de las armas que se exportan en el mundo y que los Estados Unidos y Rusia poseen el 90% del arsenal nuclear del mundo.
Estos datos tienen el propósito de señalar los enormes contrastes en el mundo que realzan las diferencias entre unos y otros y explica el dolor de unos y la hipocresía de otros.
El problema reside en los que a sabiendas y sin el más mínimo grado de conciencia o escrúpulo explotan a la gran parte de la humanidad justificando esa deshonrosa posición.
Pero el mundo no cesa de cambiar, los abusados tienen menos tolerancia y más conciencia de sus necesidades. Están mejor organizados y reconocen las fuentes de sus penurias. Están utilizando la fuerza de la mayoría para hacer cambios que redunden en mejorar sus naciones y hacer un mundo mejor. No nos debe extrañar los reclamos de los pobladores en diferentes partes del mundo. Ellos mejor que nadie ha vivido en carne propia las tristes estadísticas de la miseria y la pobreza que para otros parecen muy distantes.
Los miserables modernos no son los que viven en la extrema pobreza, sin educación adecuada, con limitaciones de alimentación y sin las mínimas facilidades de un sistema de salud adecuado. Los miserables modernos son los que como el inspector Javert en la novela de Víctor Hugo, representan a los verdaderos indeseables que solo quieren saciar su codicia y su sed de poder. Son los que no creen en la justicia y dignidad de los seres humanos.
La pandemia ha abierto una enorme ventana al mundo de la “normalidad” en que hemos vivido, ha llegado la hora de que se le responda a la justicia y la dignidad de los pobres.