Siempre me ha fascinado caminar por las calles de mi Viejo San Juan.
Esta era una de esas frescas mañanas de un sábado cualquiera, donde me aparque cómodamente en el antiguo estacionamiento municipal. Aquí comencé mi peregrinación por las históricas y estrechas calles de mi ciudad capital.
A mi Viejo San Juan no le afecta nada, siempre es el mismo, sin embargo, por momentos me impresionó como algo cansado, pero ¿quién no lo está? Continuando mi deambular apenas me cruzaba con algún caminante enmascarado. La ausencia de transeúntes era notable. ¡Cosas de los tiempos en que vivimos!
Yo tenía sobrados motivos de disfrutar mi corta estadía en San Juan, pero no me limite a saborear una mallorca en aquel viejo establecimiento en la calle San Francisco, ni de visitar mi librería preferida. Era feliz vagabundeando por la calle del Cristo, disfrutando la Plaza de Armas, callejeando por los alrededores del imponente Morro y reviviendo en mi imaginación la historia de la nueva calle Resistencia. Los adoquines, las murallas, la arquitectura, en fin, todo ese esplendor de un lugar en que se respira la esperanza, que nutre el alma y que libera a los pueblos.
Continuando con mi acostumbrado ritual, entré por un estrecho callejón, rodeado de cientos de chucherías para los turistas ausentes. Me encontré con mi pequeño y mil veces disfrutado punto de almuerzo. Yo sabía lo que iba a pedir, al detalle.
Fue aquí, en ese Punto, que escuche una voz lejana, que inesperadamente llamo mi atención.
– ¡Gregory! ¿Cómo estás? Perdona. Se que estarás sorprendido; hace muchos años que no nos vemos, me gustaría compartir contigo, después de todo estudiamos juntos.
En cuestión de segundos reconocí quien era la interlocutora, a pesar de las mascarillas, que encubrían nuestros rostros. Su voz era inconfundible y las palabras, a borbotones, que disparaba cada segundo facilitó reconocerla. Era nada menos que Cuca La que Ella sabe, amiga de mis años en la Universidad de Puerto Rico (UPR). Era la única que usaba mi apellido materno para dirigirse a mí, porque pensaba que yo era gringo. Cuca había estudiado en Sociales en la UPR y era fiel defensora de todo lo que estuviera bautizado de estadoismo y republicanismo. Recuerdo mis inútiles intentos de explicarle la diferencia entre estadounidenses y americanos ya que no dejaba de hablar y no entendía que los primeros les habían robado el gentilicio a los segundos. Ella era republicana del “corazón del rollo”. Lo último que supe de Cuca era que trabajaba para el más temido político del Partido Nuevo Progresista en la colonia caribeña.
— ¡Cuca! ¿Como estas, me alegro verte?… En fin, los saludos que el rigor social exige.
— Limeres (la primera vez que se dirigía a mi usando mi apellido paterno) hablo contigo porque confío en ti. En Puerto Rico están sucediendo las cosas más espantosas que no te puedes imaginar y estoy desesperada.
— Desahógate y si puedo te ayudo.
— Tú sabes que soy consultora en el senado de Puerto Rico. Como tengo una posición sensible y de confianza he tenido acceso a muchos documentos y conversaciones. Limeres, te soy honesta, yo nunca en mi vida había estado expuesta a tantas cosas que han cambiado mi percepción de la vida. Me avergüenzo de lo que me rodea por el continuo engaño al pueblo puertorriqueño. Lo que más me fastidia es el descaro con que se hacen las cosas. La arrogancia, las mentiras y prepotencia caracteriza a todos los políticos. Es como un virus que nos arropa a todos.
Limeres yo no sé dónde yo he estado viviendo toda mi vida, pero gracias a que mis hijos son más sensatos que yo, mi vida ha cobrado sentido.
— Cálmate Cuca, yo entiendo por la angustia que estás pasando.
— Limeres, es que la inmoralidad en este ambiente putrefacto en que trabajo, si lo aceptas, te tragan, si lo rechazas, te botan. Aquí se le roba al pueblo descaradamente dándole jugosos contratos a mediocres que no saben ni tan siquiera hablar. Se hacen chanchullos entre los amigotes de los políticos y a estos no los inmuta nada. Se asocian con los violadores de la ley, con las peores escorias y se ufanan abiertamente de esto. Se han dedicado a destruir a todo lo que es puertorriqueño, a nuestra cultura, a nuestras instituciones. Nos tienen agotados por el desgaste emocional que nos cuesta resistir todo esto. La Isla se hunde en el lodazal que los inescrupulosos han creado.
— Cuca: ¿Tú crees que esto pueda cambiar o que la destrucción sea irreversible?
— Por eso comparto contigo, he pensado mudarme a los Estados Unidos. Pero ante los eventos recientes he reflejado que los corruptos de acá se han copiado de los de allá y que lo de allá no son mejores que los nuestros. Cuan equivocada he estado, todo lo que nos han impuesto y como nos han atragantado las supuestas “bendiciones” que vienen del norte. Limeres: los puertorriqueños tenemos que unirnos para hacer de Puerto Rico un sitio más limpio y digno para todos. La hora ha llegado y si no lo hacemos lo perdemos todo. Perdona mi franqueza, pero yo aprendí mi lección y no tolero más.
— Te felicito Cuca. Me alegro de que hayas encontrado a tu propio ser, a tu verdadera puertorriqueñidad. Tus palabras son motivo de estímulo. La lucha para reconquistar nuestra dignidad y nuestra tierra es para que todos emulen tu ejemplo.
Terminamos nuestro breve encuentro con grandes esperanzas en mi corazón.
Cuca por fin entiende lo que ella sabe y yo continuare deambulando por las calles de la historia seguro de que por fin algún día se hará justicia.